Sunday 18 November 2007

MIÉRCOLES SANTO

Cuando yo era pequeño sentía casi pánico cuando pensaba adentrarme solo por las galerías urbanas que conducían a la calle Cabezas. Cuando fui ya cachorro y llevaba a mi presa femenina a tiro de muñeca me gustaban las calles oscuras y angustiosas. Una de aquellas calles preferidas por toda la pandilla en la Semana Santa era la calle Cabezas. Durante algunos años vimos allí pasar a Santa Marta. Ahora José de Arimatea, Nicodemo, San Juan, Las Tres Marías, que nos hacían gracia porque nos recordaban las tres asignaturas que nadie preparaba, Santa Marta y la Virgen.
Pero entonces su día de desfile era el Sábado Santo antes del Santo Entierro. Ya estábamos cansados de toda una semana de trotar por las calles y engullir madrugadas, pero teníamos fuerzas para esperar a esos pasos en la calle Cabezas. En los archivos dice que la calle Cabezas puede llamarse así o bien porque en dos casas importantes había dos cabezas en la fachada o bien porque en ella vivieron los Cabeza de Vaca, en cuya familia había cinco señoras: Las Cabezas, que fueron todas monjas en el Convento del Espíritu Santo.
"Salen el Miércoles Santo con la Virgen del Patrocinio"
A nuestra edad entonces todo era motivo de jolgorio, pero a pesar de todo la figura de Marta frente a la de María, la fe de El Carbonero y el trabajo frente a los misticismos y a la Teología, me dio después mucho que pensar y a los hosteleros que la fundaron.
El Miércoles Santo era un día grande para todos nosotros, era el ecuador de la Semana Santa y aún no estábamos derrotados por el agotamiento.
Antes de sufrir el accidente acompañé a mi madre por última vez a ver las Tres Caídas. Ella no estaba bien pero se empeñó en ir. Su familia había vivido cerca de la Plaza de San Lucas cuando al poco tiempo murió. Me acordé allí de una frase que me dijo al pasar ese Cristo tirado por el suelo: "la muerte es natural pero no por eso deja de ser horrible".
Escudos mercedarios, cinturón de esparto, túnicas negras, silencio espeso y grave. Estos penitentes nunca han querido que se les viera la cara cuando el Corregidor Eguiluz ordenó que al caer la noche las cofradías destaparan sus rostros. Esta Hermandad, que nació nada menos que en 1644, salió a las tres de la tarde para estar de vuelta antes del anochecer.
Mi madre se quedaba de pie entre la multitud arrebatada. San Lucas fue la tercera parroquia de Jerez autorizada por Alfonso X "El Sabio", y allí está la Tribuna Regia donde se sentaban los reyes y una Virgen de Guadalupe, recuerdo de la Batalla de El Salado.
Todavía me pregunto al recordar al Cristo en sus Tres Caídas, donde hubo seis mezquitas musulmanas, por qué la salvación exige tanto sorbo del cáliz del dolor. A pesar de mi condición no comprendo porqué ha de ser necesario que los hombres sufran, que el propio Dios se niegue y se consuma, porqué no hacer las cosas de otro modo.
Cuando pasaba la Virgen de los Dolores, como se llamó la primera cofradía, pensaba en eso pero pasaba pronto. Ahora cuando los días se escapan como galgos hambrientos, el dolor que produce la vida es casi una obsesión que me corroe.
La música es el símbolo de la Amargura, es la marcha que más me ha impresionado. Cuando era un renacuajo se me ponían los pelos de punta. Cuando comenzaron a salirme los ansiados pelillos en la barba, los pocos que tenía se estiraban como púas. Cuando tuve más de treinta años esa música significativa ha abierto en mi interior las vías de la emoción. Recuerdo que la Amargura era para nosotros, jóvenes estudiantes, además de un adagio religioso, la sinfonía del roce de los pies de los costaleros contra los adoquines de la calle Medina.
No he sabido porqué, pero las emociones se contagian, pasan de un hombre a otro como si albergaran mechas capaces de encenderse al mismo tiempo. El estrecimiento y mecimiento de los varales, la péndula inclinación del palio como un barco en las olas y la música misma danzando entre las luces de los cirios, eran y serán aún una lección de estética popular para los que estudiábamos Historia del Arte. Además esa Virgen databa del siglo XVI, asunto que nos hizo discutir más de una vez sobre los métodos de la datación.
Más adelante, cuando comprendimos el significado de los Derechos Humanos, el paso de la Flagelación, el espectáculo público de la tortura inflingida a un hombre para hacerle desistir de su libertad, cobró más interés para nosotros.
Nos íbamos en grupo hacia la Iglesia de los Descalzos que fue costeada por un bizcochero. Luego he sabido que este convento estuvo primero junto al río Guadalete en una cañada que se llamó el "Horno de los Bizcochos".
Recuerdo las carreras que nos dábamos cuando desde la calle Medina teníamos que ir a Santiago para ver el encierro de "El Prendi".
Lo más impresionante de "El Prendimiento" es el pellizco que pega en el alma de el pueblo.
Tenía yo quince años cuando lo ví entrar en la parroquia de Santiago, en que me bauticé. Santiago comenzó siendo una ermita en las afueras de Jerez y nadie hasta la época de los Reyes Católicos quería vivir allí. Allí, en lo que había el Alnarejo de Santiago, comprendía que yo no era del pueblo, que la educación me había lanzado fuera de él. El pueblo estaba allí con la fe en una mano y en la otra la copa de vino. Pero también estaba aprisionado por sí mismo como un arquitecto que levanta castillos de ilusión y se queda encerrado en su interior.
"¡El Prendi! ¡El Prendi! ¡Qué viene el Prendi!" Que ya está aquí con sus faroles de velas rojas, su olivo mediterráneo y la escultura de La Roldana del siglo de Cervantes.
Y llegaba su paso a la Plaza de Santiago, al paso de esa parroquia que tardó cien años en levantarse y la corriente principal del gentío de la calle Ancha se enriquecía con los afluentes que bajaban de la calle de La Sangre, de la Plaza de los Ángeles o del pozo sin fondo de La Merced. Y allí, gitanos con la camisa blanca descubierta y payos con los trajes de Semana Santa, delirio, cante, éxtasis, sudores y una entrañable cita con el mismo carácter de este barrio, en el que conviven desde hace siglos los hombres y mujeres de piel de cobre con los de piel plurar que llaman blanca.
"En el Huerto de los Olivos los judíos traicionaron al Buen Jesús de mi arma han cogío prisionero"
Hace ya muchos años que no siento la piel de gallina ni ese asomarse por la lejanía de la Virgen del Desamparo. Desamparada Ella frente al torrente tumultuoso del paso de su Hijo.
Casi todos los años se pasaban los cofrades de las previstas horas de la recogía, pero todos los años ese gentío reclamaba unos minutos más de madrugada.

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