Monday 18 February 2008

JUEVES SANTO

El Jueves Santo era un día señalado. Cuando erámos pequeños sabíamos que era el día de las avellanas garrapiñadas, de las pipas, de los altramuces, de las almendras fritas con sal gorda o de aquellos martillos de caramelo rojo. Por la mañana íbamos a visitar los Sagrarios y por la tarde mi padre tenía un palco en la calle Larga. Fui poco a los Oficios cuando niño aunque los he vivido intensamente luego. Pero por esos años la Hermandad de La Vera-Cruz, a pesar de tener orígenes que se remontan a 1542, no procesionaba en Jerez desde hacía casi un siglo. Lo hizo en 1960 y pudo verse entonces la hermosa Cruz de Guía que llevan cuatro antiguos alumnos de los Marianistas, un colegio de pago que estaba en la Por-Vera.
La primavera existe, huele y cuelga de los naranjos de la calle Larga, pero el verde no es un color frecuente en la Semana Santa de Jerez. Dentro de la Cruz de Guía de la Vera-Cruz van reliquias de la Cruz que dicen verdadera.
Hay quién atribuye la imagen del Cristo de La Esperanza, al lado de los ladrones, al célebre Juan de Mesa. La Hermandad de la Vera-Cruz fue la primera que se constituyó en Jerez con la finalidad de hacer estación penitencial en la Semana Santa. Un siglo después levantaron una capilla a la Virgen de Las Lágrimas delante de la fachada del Teatro Villamarta, pero la demolieron. De recuerdo queda la calle Vera-Cruz, donde estuvo esta Hermandad de disciplina de sangre, cuyos hermanos soportan hoy las andas de los pasos.
Recuerdo la presencia de Miguel Unamuno en mis erráticos e influenciables años de estudiante. Tuvimos una tensa discusión sobre la fe en la Plaza del Carmen cuando, ataviados con los trajes azules típicos de la fecha, esperábamos ver salir la Sagrada Lanzada. No hubo acuerdo... para algunos de nuestro grupo la religión era un magnífico invento para distraer a los hombres de sus problemas y, sobre todo, para ayudarle a enfrentarse a la muerte. Para otros era el opio del pueblo. Para los menos un mensaje fraguado por el propio sentido de los mejores hombres.
Mientras tanto, Longinos a caballo se asomaba a la puerta de la Basílica y desembocaba en la calle del que antes fue de Martín de Dávila, alcalde de Gibraltar. Donde ahora está la iglesia había una pescadería a la que se arrimaban los pescados frescos venidos desde El Portal.
Cuenta la historia que en 1931 unos exaltados asaltaron el convento carmelita y quisieron quemar esta escultura del siglo XVII, pero no lo lograron. Luego, los estudiantes de la Escuela de Comercio se interesaron por esta Cofradía.
Pero, allí por la tarde, lo que más destacaba eran aquellas señoras con vestido negro y pelo con mantilla. Nos parecían mayores y lejanas, porque la edad del joven se compara soberbia con la de los adultos. Nunca ví a mi madre con mantilla o tal vez no recuerdo. Tuve la sensación de un espectáculo más civil y social que religioso.
La mayoría de los niños de El Mamelón estaban apuntados a Santo Domingo y nosotros les decíamos los pingüinos por sus capas y antifaces negros sobre las túnicas blancas. La salida de la Oración en el Huerto era la fiesta de la Alameda Cristina que antes se llamó el Llano de Santo Domingo y que tiene a un Domecq, símbolo del pasado jerezano, sentado a las puertas de su palacio. Y allí estuvo el Colegio de La Salle y oían desde lejos los coches de caballos que aparcaban en fila frente al reloj de sol de la Iglesia de los Dominicos.
La Oración en el Huerto ha sido uno de mis pasos preferidos. Otra vez el cáliz y la frase tremenda que dice el Evangelio que pronunció Jesús: "Que pase de mí este cáliz"... pero no... no pasó.
Me acuerdo del cura dominico que me inició en los trastos de la filosofía. Me hizo aprender en un día los modos de silogismo aristotélico mediante sus argucias nemotécnicas. Y del intenso club de la amistad, donde aprendí la solidaridad, me aficioné al teatro y donde amamanté las ideas y los valores de la dignidad.
En fin, son tantas y tantas cosas... Pues allí también fue la primera cerveza de mi vida, rubia ¡sí!, pero amarga que no me gustó nada aunque entre los amigos triunfó mi disimulo. Luego, al salir de ese bar de Cristina, fue el estallido de la Virgen de la Confortación, barroca y atribuida a Pimentel y del Ángel Confortador del siglo XVII y probablemente obra de La Roldana.
En la antigua Plaza del Cabildo Viejo o de San Dionisio o de Escribanos estaba la Biblioteca Municipal, que fue fundada hace cuatro siglos como Casas Capitulares y albergó en ellas el Ayuntamiento y la Aduana. Allí se asentaron los escribanos y hasta allí tenía que llegar el tufillo de los guisos de la Plaza de la Yerba.
Cuando la noche se echaba sobre esa plaza, que han llamada cardiaca de Jerez, la silueta del mudéjar puro de San Dionisio se volcaba sobre el paso del Ecce-Homo. Dicen que la Hermandad fue autorizada por el Cardenal Mendoza como hospital en la Plaza de Peones, luego tuvo su sede en la Plaza del Arenal y finalmente en la casa del Patrón San Dionisio.
Pilatos va detrás y el Cristo, una talla del siglo XVII, es presentado al pueblo. Tras Él, la Virgen del Mayor Dolor con el puñal visible en el pecho demostraba a los expertos en arte que el artista había sido Martínez Montañés. Era bonito verla por la antiquísima Plaza de Plateros, que fue Plaza del Pan y del Royo, como recuerdo a la "picota" o "royo" de los ajusticiados. Mucho dolor hubo en la Plaza de Plateros.
Allí, dos años después de descubrirse América, pidieron los berceros que se trasladase el "royo" a la Plaza del Arenal, porque se pegaban al pan y a los alimentos las moscas que devoraban los cuerpos descuartizados de los reos.
Para no recuperar tanta miseria, podrían evitarse las evocaciones viéndola desfilar por la Tornería, donde hubo ocho cruces en la Puerta de Sevilla y un montón de torneros.

Sunday 18 November 2007

MIÉRCOLES SANTO

Cuando yo era pequeño sentía casi pánico cuando pensaba adentrarme solo por las galerías urbanas que conducían a la calle Cabezas. Cuando fui ya cachorro y llevaba a mi presa femenina a tiro de muñeca me gustaban las calles oscuras y angustiosas. Una de aquellas calles preferidas por toda la pandilla en la Semana Santa era la calle Cabezas. Durante algunos años vimos allí pasar a Santa Marta. Ahora José de Arimatea, Nicodemo, San Juan, Las Tres Marías, que nos hacían gracia porque nos recordaban las tres asignaturas que nadie preparaba, Santa Marta y la Virgen.
Pero entonces su día de desfile era el Sábado Santo antes del Santo Entierro. Ya estábamos cansados de toda una semana de trotar por las calles y engullir madrugadas, pero teníamos fuerzas para esperar a esos pasos en la calle Cabezas. En los archivos dice que la calle Cabezas puede llamarse así o bien porque en dos casas importantes había dos cabezas en la fachada o bien porque en ella vivieron los Cabeza de Vaca, en cuya familia había cinco señoras: Las Cabezas, que fueron todas monjas en el Convento del Espíritu Santo.
"Salen el Miércoles Santo con la Virgen del Patrocinio"
A nuestra edad entonces todo era motivo de jolgorio, pero a pesar de todo la figura de Marta frente a la de María, la fe de El Carbonero y el trabajo frente a los misticismos y a la Teología, me dio después mucho que pensar y a los hosteleros que la fundaron.
El Miércoles Santo era un día grande para todos nosotros, era el ecuador de la Semana Santa y aún no estábamos derrotados por el agotamiento.
Antes de sufrir el accidente acompañé a mi madre por última vez a ver las Tres Caídas. Ella no estaba bien pero se empeñó en ir. Su familia había vivido cerca de la Plaza de San Lucas cuando al poco tiempo murió. Me acordé allí de una frase que me dijo al pasar ese Cristo tirado por el suelo: "la muerte es natural pero no por eso deja de ser horrible".
Escudos mercedarios, cinturón de esparto, túnicas negras, silencio espeso y grave. Estos penitentes nunca han querido que se les viera la cara cuando el Corregidor Eguiluz ordenó que al caer la noche las cofradías destaparan sus rostros. Esta Hermandad, que nació nada menos que en 1644, salió a las tres de la tarde para estar de vuelta antes del anochecer.
Mi madre se quedaba de pie entre la multitud arrebatada. San Lucas fue la tercera parroquia de Jerez autorizada por Alfonso X "El Sabio", y allí está la Tribuna Regia donde se sentaban los reyes y una Virgen de Guadalupe, recuerdo de la Batalla de El Salado.
Todavía me pregunto al recordar al Cristo en sus Tres Caídas, donde hubo seis mezquitas musulmanas, por qué la salvación exige tanto sorbo del cáliz del dolor. A pesar de mi condición no comprendo porqué ha de ser necesario que los hombres sufran, que el propio Dios se niegue y se consuma, porqué no hacer las cosas de otro modo.
Cuando pasaba la Virgen de los Dolores, como se llamó la primera cofradía, pensaba en eso pero pasaba pronto. Ahora cuando los días se escapan como galgos hambrientos, el dolor que produce la vida es casi una obsesión que me corroe.
La música es el símbolo de la Amargura, es la marcha que más me ha impresionado. Cuando era un renacuajo se me ponían los pelos de punta. Cuando comenzaron a salirme los ansiados pelillos en la barba, los pocos que tenía se estiraban como púas. Cuando tuve más de treinta años esa música significativa ha abierto en mi interior las vías de la emoción. Recuerdo que la Amargura era para nosotros, jóvenes estudiantes, además de un adagio religioso, la sinfonía del roce de los pies de los costaleros contra los adoquines de la calle Medina.
No he sabido porqué, pero las emociones se contagian, pasan de un hombre a otro como si albergaran mechas capaces de encenderse al mismo tiempo. El estrecimiento y mecimiento de los varales, la péndula inclinación del palio como un barco en las olas y la música misma danzando entre las luces de los cirios, eran y serán aún una lección de estética popular para los que estudiábamos Historia del Arte. Además esa Virgen databa del siglo XVI, asunto que nos hizo discutir más de una vez sobre los métodos de la datación.
Más adelante, cuando comprendimos el significado de los Derechos Humanos, el paso de la Flagelación, el espectáculo público de la tortura inflingida a un hombre para hacerle desistir de su libertad, cobró más interés para nosotros.
Nos íbamos en grupo hacia la Iglesia de los Descalzos que fue costeada por un bizcochero. Luego he sabido que este convento estuvo primero junto al río Guadalete en una cañada que se llamó el "Horno de los Bizcochos".
Recuerdo las carreras que nos dábamos cuando desde la calle Medina teníamos que ir a Santiago para ver el encierro de "El Prendi".
Lo más impresionante de "El Prendimiento" es el pellizco que pega en el alma de el pueblo.
Tenía yo quince años cuando lo ví entrar en la parroquia de Santiago, en que me bauticé. Santiago comenzó siendo una ermita en las afueras de Jerez y nadie hasta la época de los Reyes Católicos quería vivir allí. Allí, en lo que había el Alnarejo de Santiago, comprendía que yo no era del pueblo, que la educación me había lanzado fuera de él. El pueblo estaba allí con la fe en una mano y en la otra la copa de vino. Pero también estaba aprisionado por sí mismo como un arquitecto que levanta castillos de ilusión y se queda encerrado en su interior.
"¡El Prendi! ¡El Prendi! ¡Qué viene el Prendi!" Que ya está aquí con sus faroles de velas rojas, su olivo mediterráneo y la escultura de La Roldana del siglo de Cervantes.
Y llegaba su paso a la Plaza de Santiago, al paso de esa parroquia que tardó cien años en levantarse y la corriente principal del gentío de la calle Ancha se enriquecía con los afluentes que bajaban de la calle de La Sangre, de la Plaza de los Ángeles o del pozo sin fondo de La Merced. Y allí, gitanos con la camisa blanca descubierta y payos con los trajes de Semana Santa, delirio, cante, éxtasis, sudores y una entrañable cita con el mismo carácter de este barrio, en el que conviven desde hace siglos los hombres y mujeres de piel de cobre con los de piel plurar que llaman blanca.
"En el Huerto de los Olivos los judíos traicionaron al Buen Jesús de mi arma han cogío prisionero"
Hace ya muchos años que no siento la piel de gallina ni ese asomarse por la lejanía de la Virgen del Desamparo. Desamparada Ella frente al torrente tumultuoso del paso de su Hijo.
Casi todos los años se pasaban los cofrades de las previstas horas de la recogía, pero todos los años ese gentío reclamaba unos minutos más de madrugada.

Saturday 9 June 2007

MARTES SANTO

Siempre he sabido más de la Cartuja y sus monjes que del Cristo de la Defensión. Recuerdo que mi padre se impresionaba con el porte sublime de esta imagen que fue encargada por el Capuchino Fray Buenaventura de Cádiz a José Estévez y Bonet. En 1795 tras sufrir un espantonso temporal en el Mar Mediterráneo que estuvo a punto de hacer naufragar el barco en el que viajaba, llegó a la Cartuja de Jerez, la Cartuja de la Defensión a través del río Guadalete y allí en los hornos de La Cartuja quedó depositado.
Luego se fundó la Hermandad en el Convento de Capuchinos antes habitado por los Benedictinos y los Carmelitas, que había sido creado en 1661.
Aquellos Capuchinos tuvieron derecho a una libra de pescado por cada carga que entraba en la ciudad, pero el Cristo de la Defensión siempre escoltado por trompetas y tambores militares tenía que pasar por delante del Hospicio Provincial que estaba en la calle Sevilla desde 1848, y es lo que más recuerdo de esta procesión.
Detrás de aquellos muros blancos y enimágticos resonaban los juegos de una chiquillería sin orígenes. Mientras mi padre se sobrecogía mirando al Crucificado, mis ojos exploraban los altos del Hospicio por si en sus cimas aparecía una cara de niño. Mi padre los llamaba pobrecitos.
Más adelante cuando tonificaba mis músculos jugando a "el guardia" o a "el marro", en lo que entonces me parecían inmensas aceras de el Mamelón, vi una vez a este Cristo junto a la estatua de San Juan Bautista de La Salle y me quedé... callado y hasta olvidé la pelota junto a aquella palmera que después tronchó unos ciclones que viví con temor y curiosidad a un tiempo.
Cuando he podido pocas veces he faltado a la salida del Cristo del Amor en la Iglesia de San Juan de los Caballeros, la del famoso ábside mudéjar. Cuando la gente se agolpaba en la calle Palma, me venía a la memoria la historia de esos caballeros que han logrado pasar a la leyenda. Dentro de la iglesia aún se conserva la Capilla de los Caballeros, donde en 1285 y con la propia sangre de sus venas dos caballeros notificaron al rey Sancho IV el cerco que había puesto a la ciudad el famoso rey moro Abn Yusuf.
En esa misma calle, en que vivió el fundador de la Cartuja de Jerez , Álvaro Obertos de Valeto, estará desfilando este Cristo rodeado de faroles encendidos y acompañado por San Juan, La Virgen, Las Marías Cleofás y Magdalena e incluso Salomé. Otros decían que había que verlo pasar por donde estuvo la imagen de la Virgen del Perdón allá por Carpintería Baja, pero yo siempre he preferido verlo al anochecer de vuelta por la calle Francos camino de su casa.
Alguien ha escrito que esta cofradía es la más desgraciada de Jerez porque en su iglesia hasta le cayó un rayo y destrozó el paso de palio de la Virgen de los Remedios. Y también es verdad que tuvo que suspender sus salidas entre 1943 y 1945, pero es cierto asimismo que la simpatía de sus cofrades es inmensa y bien que lo demostraron cuando en 1941, recién fundada, se fueron a la Alameda Vieja a cortar todo lirio viviente para adornar de flores al Cristo del Amor, así de sobrados estaban de ilusión, tanto como escasos de dinero.
Tuve un amigo que salió cuando niño en Los Judíos de San Mateo. Ya mayor me contaba las penalidades de aquel trance. Era un hombre con gracia y a pesar de que iba en las hileras de Nuestro Padre Jesús de las Penas, se tomó a broma sus propias incomodidades, lo que me ayudó más de una vez en el transcurso de mi enfermedad. Me explicó con todo detalle cómo le picaba la cabeza debajo del rojo capuchón y cómo las serpientes de sudor corrían entre sus pelos como si fueran ríos martirizantes. Más de una vez estuvo tentado de quitarse el capirote y rascarse a gusto, pero... la mirada anónima del Hermano Mayor detenía las urgencias de su brazo. Y también me contó el dolor de sus pies, cuando tras no sé cuantas horas se clavaban en las plantas esos cantos rodados de la Plaza del Mercado.
Es San Mateo uno de los rincones donde en cualquier momento puede rasgar el aire el son de una saeta. Allí las he vivido y las he recordado cuando estaba husmeando en sus archivos a la busca de la Primera Historia de Jerez escrita en letra gótica y en grandes pergaminos. Y allí las he sentido posarse como pájaros sobre el palio de la Virgen del Desconsuelo y San Juan, cuyas imágenes datan del siglo XVII. Allí en una de las parroquias más antiguas de Jerez es donde logré sentir el tirón de ese cordón umbilical invisible que une a los hombres con sus tierras de origen, porque en aquellas calles empedradas no me cupo la duda de estar ¡como no! en Jerez.

Monday 28 May 2007

LUNES SANTO


Ahora estará saliendo "La Cena" de San Marcos. Son casi las seis y media y la tarde que entra por esta ventana ensaya ya una luz dorada por el agotamiento. Por un momento he creído oler a incienso, pero no puede ser, será alguna vecina que tramará algún guiso con aliños modernos.
Dios me perdone, pero lo que más me gustaba del paso gigantesco que hacía maniobras para salir del templo era el rostro de Judas. Siempre me he sentido intrigado por la figura de El Traidor, ¿quién no ha sido alguna vez traidor a sus convicciones, a sus ideales, a sus promesas, a sus amores? Sin embargo, el escultor Ortega Bru le convirtió en malvado. Dicen que otro malvado, Juan Pérez de Rebolledo, el presunto asesino de Blanca de Borbón, está enterrado en el Sepulcro de los Pezaños en la Iglesia de San Marcos.
Cuando éramos chavales lo que más nos atraía era meternos en medio de la gente y llegar a empujones hasta la Tornería y allí más de una vez apostamos las escasas pesetas que teníamos a que el paso rozaba en las paredes de este estrecho pasaje, donde cuentan que el gremio de torneros tenía sus negocios. Pero los capataces eran buenos y nuestras esperanzas se esfumaban como las volutas del incienso.
Y ya apretujados unos contra otros veíamos pasar a la Virgen de La Paz, oriunda de El Puerto de Santa María. Dicen que cuando se fundó esta Hermandad en 1953 nevó en Jerez. Yo estaba de viaje y no me he perdonado todavía no haber visto las calles llenas de copos blancos como el manto de esta Virgen que no llegó a llamarse la Virgen de Las Nieves.
"La Candelaria" estará ahora por la Rotonda en el corazón de la calle Larga. Yo era ya casi un joven cuando se fundó la Hermandad en la Barriada de La Plata en el norte de Jerez, donde el viento cuando es frío baja como un verdugo por la calle Lealas. Allí vivieron dos famosas mujeres: Victorita y Ana, hijas del Señor Leal. Debieron ser dos jerezanas guapas porque los casamenteros se arremolinaban a su paso por la calle camino de la Iglesia de La Victoria. Como eran dos y se llamaban Leal a la gente le dio por llamarles las Lealas y así quedó por siempre bautizada la calle que bajaba hasta el centro por vera de la Muralla.
Algunas veces he ido a ver salir a La Candelaria, un milagro que se realizaba gracias a la pericia de los costaleros, que se tenían que arrodillar para que Nuestro Padre Jesús de las Misericordias pudiera salir de Santa Ana. El color de los nazarenos es el color morado, más de uno habrá hecho penitencia de verdad cuando el asunto aquel de la carcoma que terminó con el primer Padre Jesús. Aquello fue la cruz de la Hermandad. Algunos me contaron que hay cofrades que guardan las cenizas de aquella vieja imagen y las llevan colgadas en sus pechos.
La Candelaria estará acompañada de la Mujer Verónica, un nombre que siempre pensé tenía que ver con la ciudad italiana de Verona, donde se amaron Romeo y Julieta, aunque parece ser que no, que es un nombre evangélico que dio nombre a una flor y a un espléndido lance del toreo de capa.
Era yo un adolescente cuando me fumé el primer cigarro, aquel desgraciado tributo al deseo de ser adulto por aquellas callejas oscuras que rodeaban a La Companía. Allí hace más de tres siglos se quemó el primer convento de los Jesuítas y su iglesia se llamó Santa Ana de Los Mártires, y allí en la placita ví por primera vez a la Virgen del Amor y Sacrificio, con sus lágrimas húmedas, su corona de estrellas, su mirada perdida en las noches cerradas y su hermético magnetismo.
Íbamos en pandillas numerosas y a pesar de la vitalidad que desbordábamos, quedábamos perplejos ante la magnitud de los silencios que forjaban los hermanos que cargaban, apoyados en los bastones, el paso de La Virgen.
Todo ha cambiado mucho. No he visto nunca su entrada por la calle Empedrada para llegar a las Puertas del Sol. Recuerdo que leí en una ocasión que la calle Sol era la que más vecinos tuvo Jerez en el siglo pasado.
Los Jesuítas, buenos pescadores de almas, se fueron a las orillas de las antiguas playas de San Telmo. No en vano han sido las inteligencias más lúcidas de la Iglesia y han sabido encender sus antorchas con las llamas proféticos del futuro intuido. Aún así cuando nosotros íbamos a La Compáñía, "Los Luises" les decíamos, algo especial había en aquellos cortejos de nazarenos, sin capirotes, colgados de sus cruces y con sus pies descalzos.
La primera vez que Dios fue para mí algo más que una palabra extraña, fue subido en los bancos de El Arroyo cuando trataba de ver la entrada del Cristo de La Viga. Fue una noche sin luna en la que me pareció observar el estremecimiento de los tulipanes. Ahora que rememoro, me explico la potencia de aquellos momentos. A un lado el minarete heredado de la cultura mudéjar, a otro La Colegial, a cuya biblioteca fuí tantas veces a buscar viejos códices, y allí en medio el Cristo de La Viga, un estallido gótico y misterioso clavado en aquel paso de caoba. Por debajo, El Arroyo donde vivieron hortelanos desde el siglo XIII.
Las uvas que se pisan, las primeras del año, en esa escalinata de la Catedral añaden todavía esa fuerza telúrica a la visión terrible de un hombre que se muere, que está muerto ya, y que estuvo también sobre una viga.
"Presente ahí lo tenéis, al mejor de los nacidos, los ojos desparpitados y el rostro descolorido..."
Aquel gran espectáculo, donde una imagen viva de la muerte se trenzaba en las calles con las oraciones, me hizo ver que Dios era algo más que un concepto perdido entre las páginas de la filosofía, y tal vez esa fuerza emanada de aquel descubrimiento oscureció en mi ánimo a la virgen serena que le seguía de cerca con el paso sembrado de largas velas blancas que alumbraban la cara de quien la tradición dice que es una de las vírgenes que hizo más favores a la gente de Jerez. La Virgen del Socorro, que pocos saben es nuestra co-patrona, una vez, no sé cuando, salvó a unos vecinos de las acometidas de un toro peligroso. Puede que sea leyenda como tal vez lo sea que conserve una arruga en el cuello causada por haber vuelto la cara hacia el animal para detener su furia salvaje.

Friday 25 May 2007

DOMINGO DE RAMOS




Hace ya muchos años que no veo las palmas, esas hojas ya secas y amarillas, casi pálidas que se plantan sobre los adoquines de la Plaza de San Marcos cuando tiene que salir "La Borriquita". Ahora que estoy postrado en esta cama sólo puedo aspirar a recordar. Cierro los ojos y veo la Escuela de San José en la vieja e histórica calle de Por-Vera.
Es el estreno de los benjamines, de los que se enfundan los colores de la Inmaculada, celeste y blanco; y de esos otros que se quejan de las rozaduras de sus zapatos nuevos o se inquietan de lutos dentro de los trajes recién comprados al gusto de las madres.
El viento de la tarde me trae a la memoria el incesante tráfico de los sones de las campanillas con el ritmo cansino de los primeros pellejos de tambor. Los Hermanos de La Salle siempre han estado tras esa marejada de la infancia. Quién iba a decirle a una congregación con origen francés que lograrían ser los abanderados de la Semana Santa de este viejo Jerez sureño y paradójico.
Cuando era muy pequeño mi madre me llegó a convencer de que "La Borriquita" estaba viva, pero que estaba quieta por respeto a Jesús. Me quedaba mirando fijamente para espiar algún movimiento de la burra pero... !nada! ... ni siquiera sus párpados temblaban a las levantadas de los costaleros. Cuando un poco más tarde comprobé la verdad algo se cerró en mí, la primera ilusión desmoronada.
La Virgen de la Estrella irá detrás, resguardada del fresco del crepúsculo por el raso azul de los antiguos alumnos de La Salle. Una vez me dijeron que una monja de clausura había servido de modelo al artista que la esculpió, y luego rebuscando en los archivos -torpe pasión de un joven jubilado de la vida- he sabido que hubo una imagen de La Estrella en la Iglesia de San Marcos que se veneraba en la Puerta de Sevilla, que se abría frente a la Alameda Cristina.
Yo era un forofo de "La Borriquita" y de las chucherías, lo demás no era fundamental, tenía cinco años.

Durante algunos años mi padre me llevó a ver "El Transporte" en cuyos antifaces se recogen los pensamientos de cientos de camioneros que hartos de correr mundos se refugian un día bajo la blancura de sus túnicas para reflexionar sobre lo que merece la pena en esta vida. Yo que no puedo ni transportar mi cuerpo agradezco ese nombre. "El Transporte". "El Transporte" que me hace recordar cuando subía yo por la calle de La Merced con pantalones cortos.
Mi afición al secreto de los libros me hizo comprender mucho más tarde el peso de la tradición. Desde 1268 están los frailes mercedarios en este convento, ya Basílica. La Patrona de Jerez dio nombre a lo que hoy llaman Plaza de Santa Isabel y al famoso Muro. Antes de decidir el destino final de mi vida, una novia que tuve me dio un ardiente beso en una casapuerta claraoscura. Allá en el interior de un patio junto a un pozo antiquísimo una vieja gitana sonrió vivaracha mientras posaba su cubo en el muro de cal.
Nuestro Padre Jesús del Consuelo, con el que algunas veces me enfado desde mi desconsuelo paralítico, probablemente fue obra del famoso Pedro Roldán, pero nadie lo sabe en realidad.
A mi madre... a mi madre le gustaba ver a la Virgen de las Misercordias, que pocos saben que lleva una saeta dentro del cuerpo, por la calle Cabezas. Ella nunca me habló de ese silencio con el que acompañaba su mirada a la Virgen cuando salía de la calle estrecha y empedrada hacia la plaza junto a San Mateo. Dicen que allí los alguaciles aplicaban el garrote vil a los delincuentes y ajusticiaban a los revolucionarios. Quién sabe si alguien de la familia fue verdugo o victima. Hay tanto que olvidar y perdonar que la amnesia es un recurso de los hombres contra lo insoportable de sus vidas.

En "La Coronación" salían mis primos, no sé donde están ya. Se fueron de Jerez a ejercer su existencia con la maraña de la emigración, que también es una buena corona de espinas para los que nacieron ya desheredados.
No hay duda de que es en esta calle donde mejor se ve y se siente a este Cristo del siglo XV. Una tía mía viejísima, ya incluso en mis recuerdos de niño, tenia un balcón en la calle Bizcocheros. En los legajos perdidos del Archivo Municipal encontré una vez que la mitad de los bizcocheros que vivían en esta calle en épocas pasadas tuvieron que hacer galletas para unos comisarios acreedores y la otra mitad también galletas para los marinos y mercaderes a los que al parecer habían estafado. Esta calle era uno de los dos caminos entre los que estaba un antiguo cementerio judío situado frente a la Judería, casi en la calle Larga. Yo no sabía nada de esto cuando se me erizaba el pelo al oir las saetas que disparaban desde los cierros aquellas mujeres y hombres que se destacaban en la noche por unos minutos y volvían a sumergirse en la multitud tras su congoja musical
"En el Monte Calvario las golondrinas le quitaron a Cristo cientos de espinas, los jilgueritos le quitaron a Cristo los tres clavitos..."
Alguna vez se me ocurrió la idea de tocar esa cabeza ensangrentada que pasaba tan cerca de mis manos, pero los penitentes de capirote negro y las trompetas de los soldados me hacían esperar otro año. Mientras veía pasar a la Virgen de la Paz en su Mayor Aflicción con las bolitas de anís que me daba mi tía picándome en la boca.
Antes de volver a casa, mis padres me llevaban de la mano a ver "La Virgen de los Siete Cuchillos", lo que entonces me impresionaba mucho. Me habían dicho que los cuchillos eran algo malo, llenos de peligros y no acertaba a ver la relación de la Virgen, que me la brindaban llena de virtudes, con esos siete cuchillos que imaginaba grandes como de cocina. Y allí en el Antiguo Llano de las Angustias donde estuvo la Capilla del Humilladero veíamos pasar el profundo recogimiento de esta cofradía.

La noche era ya negra y más negros eran aún los nazarenos. A esas horas los niños de entonces les dolía todo el cuerpo, hartos de caminar, y sobre todo, hartos de detenerse en las esquinas y ser atosigados por los empujones y por los estrechamientos. Mi padre me subía en borricate y así lograba ver algo más que las piernas de la gente.

En unos apuntes que he encontrado hace poco, se dice que la Iglesia de las Angustias fue convertida durante la Revolución de 1868 en una especie de casino y que luego fue una Iglesia Protestante.

Lo de los Siete Cuchillos lo comprendí más tarde cuando me explicaron la historia del pendón, una obra de arte del siglo XVII. Así la de los Siete Cuchillos se llamó esta Hermandad en sus primeros tiempos, aunque también fue conocida después como la Hermandad del Socorro.

Me parece recordar que fue en la calle Corredera, esa calle en la que se peleaban los caballeros cristianos, cuando me quemé la mano por primera vez con la cera derretida de las velas. Me gustó aquel calor que bajaba del cirio y se quedaba quieto, redondo y frío en la palma de la mano