Monday 28 May 2007

LUNES SANTO


Ahora estará saliendo "La Cena" de San Marcos. Son casi las seis y media y la tarde que entra por esta ventana ensaya ya una luz dorada por el agotamiento. Por un momento he creído oler a incienso, pero no puede ser, será alguna vecina que tramará algún guiso con aliños modernos.
Dios me perdone, pero lo que más me gustaba del paso gigantesco que hacía maniobras para salir del templo era el rostro de Judas. Siempre me he sentido intrigado por la figura de El Traidor, ¿quién no ha sido alguna vez traidor a sus convicciones, a sus ideales, a sus promesas, a sus amores? Sin embargo, el escultor Ortega Bru le convirtió en malvado. Dicen que otro malvado, Juan Pérez de Rebolledo, el presunto asesino de Blanca de Borbón, está enterrado en el Sepulcro de los Pezaños en la Iglesia de San Marcos.
Cuando éramos chavales lo que más nos atraía era meternos en medio de la gente y llegar a empujones hasta la Tornería y allí más de una vez apostamos las escasas pesetas que teníamos a que el paso rozaba en las paredes de este estrecho pasaje, donde cuentan que el gremio de torneros tenía sus negocios. Pero los capataces eran buenos y nuestras esperanzas se esfumaban como las volutas del incienso.
Y ya apretujados unos contra otros veíamos pasar a la Virgen de La Paz, oriunda de El Puerto de Santa María. Dicen que cuando se fundó esta Hermandad en 1953 nevó en Jerez. Yo estaba de viaje y no me he perdonado todavía no haber visto las calles llenas de copos blancos como el manto de esta Virgen que no llegó a llamarse la Virgen de Las Nieves.
"La Candelaria" estará ahora por la Rotonda en el corazón de la calle Larga. Yo era ya casi un joven cuando se fundó la Hermandad en la Barriada de La Plata en el norte de Jerez, donde el viento cuando es frío baja como un verdugo por la calle Lealas. Allí vivieron dos famosas mujeres: Victorita y Ana, hijas del Señor Leal. Debieron ser dos jerezanas guapas porque los casamenteros se arremolinaban a su paso por la calle camino de la Iglesia de La Victoria. Como eran dos y se llamaban Leal a la gente le dio por llamarles las Lealas y así quedó por siempre bautizada la calle que bajaba hasta el centro por vera de la Muralla.
Algunas veces he ido a ver salir a La Candelaria, un milagro que se realizaba gracias a la pericia de los costaleros, que se tenían que arrodillar para que Nuestro Padre Jesús de las Misericordias pudiera salir de Santa Ana. El color de los nazarenos es el color morado, más de uno habrá hecho penitencia de verdad cuando el asunto aquel de la carcoma que terminó con el primer Padre Jesús. Aquello fue la cruz de la Hermandad. Algunos me contaron que hay cofrades que guardan las cenizas de aquella vieja imagen y las llevan colgadas en sus pechos.
La Candelaria estará acompañada de la Mujer Verónica, un nombre que siempre pensé tenía que ver con la ciudad italiana de Verona, donde se amaron Romeo y Julieta, aunque parece ser que no, que es un nombre evangélico que dio nombre a una flor y a un espléndido lance del toreo de capa.
Era yo un adolescente cuando me fumé el primer cigarro, aquel desgraciado tributo al deseo de ser adulto por aquellas callejas oscuras que rodeaban a La Companía. Allí hace más de tres siglos se quemó el primer convento de los Jesuítas y su iglesia se llamó Santa Ana de Los Mártires, y allí en la placita ví por primera vez a la Virgen del Amor y Sacrificio, con sus lágrimas húmedas, su corona de estrellas, su mirada perdida en las noches cerradas y su hermético magnetismo.
Íbamos en pandillas numerosas y a pesar de la vitalidad que desbordábamos, quedábamos perplejos ante la magnitud de los silencios que forjaban los hermanos que cargaban, apoyados en los bastones, el paso de La Virgen.
Todo ha cambiado mucho. No he visto nunca su entrada por la calle Empedrada para llegar a las Puertas del Sol. Recuerdo que leí en una ocasión que la calle Sol era la que más vecinos tuvo Jerez en el siglo pasado.
Los Jesuítas, buenos pescadores de almas, se fueron a las orillas de las antiguas playas de San Telmo. No en vano han sido las inteligencias más lúcidas de la Iglesia y han sabido encender sus antorchas con las llamas proféticos del futuro intuido. Aún así cuando nosotros íbamos a La Compáñía, "Los Luises" les decíamos, algo especial había en aquellos cortejos de nazarenos, sin capirotes, colgados de sus cruces y con sus pies descalzos.
La primera vez que Dios fue para mí algo más que una palabra extraña, fue subido en los bancos de El Arroyo cuando trataba de ver la entrada del Cristo de La Viga. Fue una noche sin luna en la que me pareció observar el estremecimiento de los tulipanes. Ahora que rememoro, me explico la potencia de aquellos momentos. A un lado el minarete heredado de la cultura mudéjar, a otro La Colegial, a cuya biblioteca fuí tantas veces a buscar viejos códices, y allí en medio el Cristo de La Viga, un estallido gótico y misterioso clavado en aquel paso de caoba. Por debajo, El Arroyo donde vivieron hortelanos desde el siglo XIII.
Las uvas que se pisan, las primeras del año, en esa escalinata de la Catedral añaden todavía esa fuerza telúrica a la visión terrible de un hombre que se muere, que está muerto ya, y que estuvo también sobre una viga.
"Presente ahí lo tenéis, al mejor de los nacidos, los ojos desparpitados y el rostro descolorido..."
Aquel gran espectáculo, donde una imagen viva de la muerte se trenzaba en las calles con las oraciones, me hizo ver que Dios era algo más que un concepto perdido entre las páginas de la filosofía, y tal vez esa fuerza emanada de aquel descubrimiento oscureció en mi ánimo a la virgen serena que le seguía de cerca con el paso sembrado de largas velas blancas que alumbraban la cara de quien la tradición dice que es una de las vírgenes que hizo más favores a la gente de Jerez. La Virgen del Socorro, que pocos saben es nuestra co-patrona, una vez, no sé cuando, salvó a unos vecinos de las acometidas de un toro peligroso. Puede que sea leyenda como tal vez lo sea que conserve una arruga en el cuello causada por haber vuelto la cara hacia el animal para detener su furia salvaje.

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