Friday 25 May 2007

DOMINGO DE RAMOS




Hace ya muchos años que no veo las palmas, esas hojas ya secas y amarillas, casi pálidas que se plantan sobre los adoquines de la Plaza de San Marcos cuando tiene que salir "La Borriquita". Ahora que estoy postrado en esta cama sólo puedo aspirar a recordar. Cierro los ojos y veo la Escuela de San José en la vieja e histórica calle de Por-Vera.
Es el estreno de los benjamines, de los que se enfundan los colores de la Inmaculada, celeste y blanco; y de esos otros que se quejan de las rozaduras de sus zapatos nuevos o se inquietan de lutos dentro de los trajes recién comprados al gusto de las madres.
El viento de la tarde me trae a la memoria el incesante tráfico de los sones de las campanillas con el ritmo cansino de los primeros pellejos de tambor. Los Hermanos de La Salle siempre han estado tras esa marejada de la infancia. Quién iba a decirle a una congregación con origen francés que lograrían ser los abanderados de la Semana Santa de este viejo Jerez sureño y paradójico.
Cuando era muy pequeño mi madre me llegó a convencer de que "La Borriquita" estaba viva, pero que estaba quieta por respeto a Jesús. Me quedaba mirando fijamente para espiar algún movimiento de la burra pero... !nada! ... ni siquiera sus párpados temblaban a las levantadas de los costaleros. Cuando un poco más tarde comprobé la verdad algo se cerró en mí, la primera ilusión desmoronada.
La Virgen de la Estrella irá detrás, resguardada del fresco del crepúsculo por el raso azul de los antiguos alumnos de La Salle. Una vez me dijeron que una monja de clausura había servido de modelo al artista que la esculpió, y luego rebuscando en los archivos -torpe pasión de un joven jubilado de la vida- he sabido que hubo una imagen de La Estrella en la Iglesia de San Marcos que se veneraba en la Puerta de Sevilla, que se abría frente a la Alameda Cristina.
Yo era un forofo de "La Borriquita" y de las chucherías, lo demás no era fundamental, tenía cinco años.

Durante algunos años mi padre me llevó a ver "El Transporte" en cuyos antifaces se recogen los pensamientos de cientos de camioneros que hartos de correr mundos se refugian un día bajo la blancura de sus túnicas para reflexionar sobre lo que merece la pena en esta vida. Yo que no puedo ni transportar mi cuerpo agradezco ese nombre. "El Transporte". "El Transporte" que me hace recordar cuando subía yo por la calle de La Merced con pantalones cortos.
Mi afición al secreto de los libros me hizo comprender mucho más tarde el peso de la tradición. Desde 1268 están los frailes mercedarios en este convento, ya Basílica. La Patrona de Jerez dio nombre a lo que hoy llaman Plaza de Santa Isabel y al famoso Muro. Antes de decidir el destino final de mi vida, una novia que tuve me dio un ardiente beso en una casapuerta claraoscura. Allá en el interior de un patio junto a un pozo antiquísimo una vieja gitana sonrió vivaracha mientras posaba su cubo en el muro de cal.
Nuestro Padre Jesús del Consuelo, con el que algunas veces me enfado desde mi desconsuelo paralítico, probablemente fue obra del famoso Pedro Roldán, pero nadie lo sabe en realidad.
A mi madre... a mi madre le gustaba ver a la Virgen de las Misercordias, que pocos saben que lleva una saeta dentro del cuerpo, por la calle Cabezas. Ella nunca me habló de ese silencio con el que acompañaba su mirada a la Virgen cuando salía de la calle estrecha y empedrada hacia la plaza junto a San Mateo. Dicen que allí los alguaciles aplicaban el garrote vil a los delincuentes y ajusticiaban a los revolucionarios. Quién sabe si alguien de la familia fue verdugo o victima. Hay tanto que olvidar y perdonar que la amnesia es un recurso de los hombres contra lo insoportable de sus vidas.

En "La Coronación" salían mis primos, no sé donde están ya. Se fueron de Jerez a ejercer su existencia con la maraña de la emigración, que también es una buena corona de espinas para los que nacieron ya desheredados.
No hay duda de que es en esta calle donde mejor se ve y se siente a este Cristo del siglo XV. Una tía mía viejísima, ya incluso en mis recuerdos de niño, tenia un balcón en la calle Bizcocheros. En los legajos perdidos del Archivo Municipal encontré una vez que la mitad de los bizcocheros que vivían en esta calle en épocas pasadas tuvieron que hacer galletas para unos comisarios acreedores y la otra mitad también galletas para los marinos y mercaderes a los que al parecer habían estafado. Esta calle era uno de los dos caminos entre los que estaba un antiguo cementerio judío situado frente a la Judería, casi en la calle Larga. Yo no sabía nada de esto cuando se me erizaba el pelo al oir las saetas que disparaban desde los cierros aquellas mujeres y hombres que se destacaban en la noche por unos minutos y volvían a sumergirse en la multitud tras su congoja musical
"En el Monte Calvario las golondrinas le quitaron a Cristo cientos de espinas, los jilgueritos le quitaron a Cristo los tres clavitos..."
Alguna vez se me ocurrió la idea de tocar esa cabeza ensangrentada que pasaba tan cerca de mis manos, pero los penitentes de capirote negro y las trompetas de los soldados me hacían esperar otro año. Mientras veía pasar a la Virgen de la Paz en su Mayor Aflicción con las bolitas de anís que me daba mi tía picándome en la boca.
Antes de volver a casa, mis padres me llevaban de la mano a ver "La Virgen de los Siete Cuchillos", lo que entonces me impresionaba mucho. Me habían dicho que los cuchillos eran algo malo, llenos de peligros y no acertaba a ver la relación de la Virgen, que me la brindaban llena de virtudes, con esos siete cuchillos que imaginaba grandes como de cocina. Y allí en el Antiguo Llano de las Angustias donde estuvo la Capilla del Humilladero veíamos pasar el profundo recogimiento de esta cofradía.

La noche era ya negra y más negros eran aún los nazarenos. A esas horas los niños de entonces les dolía todo el cuerpo, hartos de caminar, y sobre todo, hartos de detenerse en las esquinas y ser atosigados por los empujones y por los estrechamientos. Mi padre me subía en borricate y así lograba ver algo más que las piernas de la gente.

En unos apuntes que he encontrado hace poco, se dice que la Iglesia de las Angustias fue convertida durante la Revolución de 1868 en una especie de casino y que luego fue una Iglesia Protestante.

Lo de los Siete Cuchillos lo comprendí más tarde cuando me explicaron la historia del pendón, una obra de arte del siglo XVII. Así la de los Siete Cuchillos se llamó esta Hermandad en sus primeros tiempos, aunque también fue conocida después como la Hermandad del Socorro.

Me parece recordar que fue en la calle Corredera, esa calle en la que se peleaban los caballeros cristianos, cuando me quemé la mano por primera vez con la cera derretida de las velas. Me gustó aquel calor que bajaba del cirio y se quedaba quieto, redondo y frío en la palma de la mano


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